VEO

  Este es un árbol viejo. Durante años es parte de mi paisaje, Y nunca deja de florecer en primavera. Luego se cubrirá de verde. Se le caerán las hojas. Y en un años de nuevo, volverá a estallar con esta belleza. 

Es una estampa que nos encontramos de repente mientras contemplábamos el mar esperando la puesta de sol. La belleza de estos animales, su serenidad, se integran a la perfección en la belleza del fondo aunque no le pertenezcan.  La estampa es un cuadro que transmite la sabiduría de un tiempo sereno en el que contemplar es una decisión vital, una forma de vivir humilde, agradecida a la generosidad de la naturaleza.  

Inesperadamente el polvo del Sahara cubrió Madrid durante unos días. Lo importante de esta fotografía es el color. Cambio el color cemento del tejado, cambia el azul de la atmósfera. Y la sensación que tenemos es de extrañamiento. Parece otro lugar. Lunar. Distinto. Y sólo ha cambiado el color.     

Está cerca de mi casa. Es ya casi un amigo, en cualquier caso una presencia recurrente y, como todo lo recurrente, protectora. A lo largo del año va enseñándoos distintas caras. Sin hojas, verde, y en primavera, la eclosión de un rosa invasivo, alegre y descarado. Lo veo como belleza pero también sobre todo, como una expresión de libertad que confirma que nuestra ciudad es un lugar abierto a la sorpresa, como deberían de ser también nuestras vidas.  

En ocasiones el interior también conforma paisajes. Lo que podía parecer el vacío, se transforma en ausencia como recuerdo de una presencia que fue.

La ciudad sigue vacía. Su sonido es sobre todo el silencio. Le falta la serenidad y la entidad de la paz, teniendo la inquietud del abandono. Sin embargo, hay otros que la cuidan, que le recuerdan y nos recuerdan que esta viva, que sólo es tiempo, que pronto pisaremos sus calles nuevamente, como dijo un poeta. Este verde, este árbol que arremete contra la quietud regalando un verde vital, fresco, real. Y al verlo, sabemos que volveremos, claro que volveremos.

Serenidad. Eso es lo que me transmite esta fotografía. Serenidad y equilibrio. En sus líneas, en los colores, nada estridente. Como debe de ser el atardecer, el descanso, del día que termina, que se ha ido deslizando dejando, como en cada ocasión, miles de pequeñas historias, sensaciones y detalles irrepetibles.

Hay colores que son más que un color. Un grito. Una llamarada. El rojo. Es brillo, pasión. Un color flexible que empapa Como siempre, en la naturaleza encontramos los colores en un estado puro. Como este.

A veces la naturaleza nos regala la representación de colores casi puros. Son como estallidos. En este caso, un precioso contraste entre el violeta de la primavera y el verde fresco. La belleza a veces aparece y nos sorprende.

Lo que más me gusta de esta fotografía es que es puro artificio. Lo es en su propia concepción de reflejo. El propio espejo es un fantástico ejemplo de barroco. También las telas de las paredes del fondo. El jarrón y la geometría con la que está ubicado. Es belleza creada.

Nocturno en un jardín. lo que me gusta de esta fotografía es la luz. Como muchas veces en mis capturas, el resultado es fruto de la casualidad. El tono conseguido equilibra luz y oscuridad, con un contraste de colores perfecto entre verde y azul y un tono nostálgico y misterioso. Lunar.

Lo que más me gusta del otoño es su color. Para empezar, su capacidad para vestir el mundo de otro color. Modificar la textura del paisaje. Y luego, lo emocional de esos colores que transmiten cansancio, decadencia, una belleza marchita, suavidad y serenidad, descanso. Hay muchas veces en que sólo hace falta mirar alrededor para encontrar la belleza.

Me encanta la delicadeza de estas piezas. Máxime cuando no suponen un adorno sino un elemento útil. Rodearnos de belleza, sin duda es otra forma de vivir.

Me encanta la delicadeza de esta fotografía que juega con la luz desde la transparencia del cristal. La hice en una exposición de Alftred Loos en CaixaForum Madrid

Cuando un color se muestra de una forma tan clara en la naturaleza, es un referente con identidad en si mismo. Un ser, color, con diferente presencia, pero vivo. Un color como un ser vivo. Verde.

 Lo que quiero destacar en este caso es que, después de vivir durante dieciocho años cerca de este mar, he tenido que marcharme y dejar pasar mucho tiempo para ser capaz de apreciar su belleza, su fuerza, sus matices, y ese azul que empapa cualquier imagen, Posiblemente la lección que me gusta es que la vida es un continuo camino de aprendizaje, de descubrimiento. Con la mente, pero también con los sentidos. En este caso con los ojos. El mar. Mutable, vivo.

 La paleta es inmensa y tenue, los colores van mutando poco a poco, se mezclan, alcanzan sensaciones diversas y conforman un tapiz precioso.

Color. Pero no sólo ese color vital que parece un impulso. También los colores apagados y firmes de los objetos, el ladrillo, la pared, el marco de la ventana. Incluso el color del cristal. El cristal transparente que no tiene color o tiene todos.