La Gran Vía de Madrid un viernes, al comienzo de la noche, podría ser cualquier ciudad del mundo. Brillante, colorista, posiblemente ruidosa, como si la vida estallase y nuestra humanidad se empapase de artificio para crear una realidad donde el corazón se funde con la tecnología. Nuestra realidad. Esa que, cuando comienza el fin de semana, sale a celebrar la vida de forma expresa.
La Gran Vía de Madrid un viernes, al comienzo de la noche, podría ser cualquier ciudad del mundo. Brillante, colorista, posiblemente ruidosa, como si la vida estallase y nuestra humanidad se empapase de artificio para crear una realidad donde el corazón se funde con la tecnología. Nuestra realidad. Esa que, cuando comienza el fin de semana, sale a celebrar la vida de forma expresa.
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