Las tormentas de verano o de primavera distorsionan el paisaje porque no le pertenecen.
Son como fiestas inesperadas, explosiones que contrastan con la luz que aun brilla desde un sol que se niega a dejar su sitio.
Y esas situaciones tienen mucho de celebración, como todo lo que rompe lo cotidiano haciendo estallar lo cotidiano.
Cuando se va, la ciudad queda empapada de un olor a limpio que es maravilloso respirar.
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